sábado, 16 de agosto de 2008

Hace unos días nos llegó la siguiente información desde Canarias, sobre un libro que recoge información sobre los incendios de las islas.

Fin de travesía

(Presentado Libro contra el Fuego en 11 municipios de Canarias)


Siempre hemos escuchado aquél consabido refrán de que en la vida tenemos que plantar un árbol, tener hijos y escribir un libro. Muy lejos de sentirme satisfecho por la cercana consecución de esos objetivos filosóficos- aún sigo siendo yo el chiquillo-,el fin de travesía con las presentaciones del libro contra el fuego ha supuesto una verdadera experiencia para toda la vida.

Ya no sólo por haberme plantado con mi tierna experiencia de joven autor ante la pesada responsabilidad de transmitir literariamente en unas páginas recicladas el sentir de nuestro pueblo por el drama de los incendios- siempre he sostenido que todas las personas que sufrieron aquella pesadilla podrían escribir su propio libro-, sino también por el inolvidable caudal de testimonios impregnados de humanidad que he palpado directamente en la apretadísima lista de municipios donde se ha presentado este libro recibido con mimo por el público y casi agotado en su primera edición coloreada con una tempestad sobre una sabina por Luis Morera e ilustrado por Valentín Benítez en El Alfar.

En el momento de poner punto y final al diario de presentaciones que me acompañó en los desplazamientos por las zonas afectadas en el aniversario de los incendios del verano pasado, dejo ahora algunas pinceladas últimas que nos sirvan para salir al paso ante las interrogantes del futuro, sobre todo para que no se repitan los mismos errores y no vuelvan a suceder más nunca las dramáticas vivencias de muchos vecinos que tuvieron que abandonar sus casas por un fuego que entró en la historia de la fatalidad sin respeto alguno a las lindes de la vida, y es que la imagen del monte ardiendo supone una ejemplar metáfora para unas islas que se están quemando cada día sin la culpabilidad anónima de unos incendios forestales, tan sólo baste comprobar con sentido crítico el devenir histórico de Canarias para encontrar un hilo que conecta la deforestación indiscriminada de la época de los ingenios de azúcar con el actual monocultivo del cemento que ya hace tiempo no disimula su crisis de caducidad.

Durante las incursiones por carretera hacia cada centro cultural he percibido la desconexión abismal que parece imponerse entre los barrios de muchos pueblos en cada isla, esa sensación quebradiza de cada rincón apenas desvelado en unas horas por su hermetismo local tan característico de la orografía canaria y el modelo desarraigado de vida que nos impone la educación en este sistema competitivo donde se nos incapacita para identificar con normalidad los nombres de los lugares que nos rodean o la diferencia singular entre cada peldaño de nuestros bosques con su riqueza natural.

Así ocurre que un alto porcentaje de la juventud canaria no puede ver nada más que un verde amorfo en los montes lejanos que antes eran frecuentados por nuestros mayores para usos tradicionales como el arte yerbero, las rutas del pastoreo, la recogida de pinocha para el forraje y otras costumbres ancestrales extirpadas para los anales de la desmemoria colectiva y sustituidos por las excursiones dominicales en coche a las zonas recreativas.

No puedo dejar de asombrarme ante la paradoja de ver gigantescos túneles construidos supuestamente para llegar más rápido a la modernidad y el apabullante desequilibrio de un progreso a medias que no parece sinónimo de calidad de vida para una ciudadanía descontenta en muchos lados por la nefasta ordenación del territorio en manos de la especulación urbanística y el mamoneo de fondos públicos para unas infraestructuras que apestan a corrupción..

Cada trocito del archipiélago nos cuenta una historia al oído y he aquí la clave de nuestro tiempo ya que “lo que no se conoce, no se puede querer y lo que no se quiere como propio no se defiende”, una afirmación contundente que tal vez nos aclare un poco más los niveles de explotación sufrida por Canarias durante las últimas décadas con el turismo de masas y el sentimiento de pérdida de nuestro pueblo ante el cerco impuesto sobre la agricultura que acelera la ruptura traumática con el pasado y sustituye tenebrosamente la armonía que mantenía el campesinado canario con el medio natural que pasa a ser tutelado por la frivolidad del poder institucional cómplice del estropicio imparable de una globalización que convierte en mercancía los espacios protegidos, a fin de cuentas patrimonio natural para la galería de una humanidad abstracta.

Pero ante el duro cúmulo de adversidades que parecen multiplicarse impidiendo que entren rayitos de esperanza para un cambio de rumbo en unas islas divididas más por la estupidez política que por el agua atlántica, la desazón mencionada tras cada visita a muchos pueblos queda enseguida difuminada al contacto de nuestra gente que habita las islas con un mismo latido.

Da igual si transitamos por las aceras de una barrio norteño en la comarca de Acentejo o giramos una rotonda con destino a un caserío en el sur tirajanero: siempre veremos la misma sombrita sobre los banquitos de las plazas con nuestros mayores en tradicional tagorillo, siempre veremos el mismo tiempo recontado por las familias con las alegrías y las penas de cada hogar, siempre veremos a un mismo pueblo que siente lo que pasa en nuestra tierra y no acaba de sacarse de adentro todo lo que lleva.

Tras el vértigo de las convocatorias para las presentaciones del libro que han supuesto un bálsamo cultural para muchos rincones lastimados por las cenizas, he podido presenciar la complicidad de muchos vecinos con mirada aguada que todavía sufren las consecuencias de los incendios, todo el mundo se pregunta cómo llegó a pasar todo aquello y las lágrimas no se han secado por muchos aniversarios que pasen, la verdad es que tal como nos cuenta el libro contra el fuego “nadie mejor que nuestros abuelos para darnos un resultado/ si les preguntásemos cuánto tiempo hace que pasan las noches en vela/ esperando con angustia que la cosecha no se duerma bajo las estrellas”.

Tengo constancia de los conatos sofocados por diversas cuadrillas en días pasados, doy fe de notario sobre el hecho descorazonador de que muchas familias damnificadas todavía tienen sus casas como el día después del incendio.

Una cosa y otra nos obliga a no bajar la guardia contra la maldita piromanía y la desidia de la clase política que mal gobierna nuestro país.

Con este fin de travesía por una docena de municipios, y a la espera de retomar el camino para nuevas invitaciones en otras localidades y colegios públicos donde llevar la palabra, tengo una confesión íntima que hacer:

Este libro nunca debió nacer.

Samir Delgado

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Publicación web del Diario de las presentaciones (15 de Agosto)

Puntos de venta del libro

Librería del Cabildo (Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria)

La Laguna ( Lemus, Librería Universidad, Librería Tinerfeña)

Las Palmas de Gran Canaria (Altair, Canaima, Libro Técnico, Jable)

Otros lugares: Agaete (TEA), Orotava (La Casa), Maspalomas (Primicia).

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